REGALABA SONRISAS; MURIO DE FRIO

INDIGENTE OCT 11 A

Por José Santos Navarro

Es cierto, en la vida hay más serpientes que escaleras. Don Miguel, el indigente que se pintaba la cara de payaso para regalar, vender su sonrisa y dar recetas de alegría en algún cruce de avenidas, aprovechando la luz roja de los semáforos, ahí, esos espacios los convertía en el gran escenario, teatro de su vida, donde la gente le regalaba una moneda y él obsequiaba una sonrisa.
Aquel hombre sin casa y sin familia, sólo él sabía cuándo y dónde se ganó el título de indigente que le garantizaba sobrevivir en las calles de Toluca, donde sus pasos le seguían su fiel e inseparable perrita La Güera quien caminaba con él, descansaba y dormía con don Miguel en una banca de la Alameda de Toluca, conocida también como el Parque Cuauhtémoc.
El pasado martes 7 de octubre su vecina, la señora Angélica quien tiene un puesto de antojitos mexicanos como pambazos, sopes, gorditas y quesadillas, a unos metros de la banca donde don Miguel dormía, algo presintió, era tarde, había llovido y hacía mucho frío y su vecino seguía dormido sobre la banca. Abajo, su perrita “La Güera” de vez en vez alzaba la cabeza, miraba y volvía a descansar su cabeza sobre el frío cemento.
Era tarde, casi a medio día doña Angélica se animo para ir a despertar a don Miguel, quien para esa hora ya había comido un pambazo, le gustaban mucho, era su platillo favorito y lo pagaba, era un hombre decente y educado, afirma la señora Angélica porque, además, era su cliente. Pero, su llamado no tuvo respuesta. Don Miguel ya no tenía aliento y su cuerpo sobre la banca, sobre cartones mojados y tapado con una cobija mojada y fría, ya estaba muerto.
Fue grande y dolorosa la impresión, cuenta doña Angélica, quien destapó el rostro de don Miguel, le habló, lo movió, pero no hubo respuesta. “La Güera”, la perrita de don Miguel sólo lo miraba, se levantaba y se volvía a echar sobre el frío y húmedo cemento. No entendía que su amigo aún estaba ahí, pero que no regresaría con ella.
Doña Angélica narró que don Miguel no dejó de luchar, de vivir, que sin bien fue un hombre sin hogar, sin familia… él hacía reír, se pintaba la cara de payaso y para mantenerse a flote, trabajaba en los cruceros de las avenidas, aprovechaba la luz roja de los semáforos para convertirlos en el mejor escenario de un teatro callejero, ahí hacía sus gracias, saludaba a la gente, hacía muecas y arrancaba sonrisa; a cambio la gente no sólo le daba una moneda, sino que también, le devolvía la sonrisa. Así era la vida de don Miguel.
“Siempre pedía un pambazo”, recuerda la señora Angélica, quien desde hace dos años tiene un pequeño negocio de quesadillas, pambazos y gorditas a un costado de la colosal estatua del Tlatoani Cuauhtémoc. Para ella, Miguel era un cliente habitual, pero también alguien con quien compartía momentos y charlas antes de irse a trabajar.
“Siempre nos pagaba, nunca pedía regalado, jamás. Y en últimas fechas lo vi todo golpeado, le pregunté ¿qué te pasó?, y me dice ‘me asaltaron y me golpearon’, narra con nostalgia doña Angélica, mientras mantiene clavada su vista en el comal, dándole la vuelta a las gordas y a las tortillas para las quesadillas. Ella no lo dijo, pero, los pambazos estaban de luto, sin su principal comensal.
Cuenta que don Miguel solía caracterizarse de payaso y ganarse unas monedas actuando en la plaza González Arratia o en los semáforos de las avenidas de Toluca, pero casi diario regresaba a dormir en la misma banca de la Alameda Central. “Con él siempre estaba su fiel compañera, La Güera, una perrita adulta que lo acompañaba a todos lados.
Apuntó que pese a vivir en la calle, don Miguel no se dejó arrastrar por la bebida ni el abandono de su familia y reiteró que “su vecino” fue una persona agradable y educada. “Pero la vida en la calle tiene más serpientes que escaleras y sufrió un asalto, lo despojaron de las pocas pertenencias que tenía, de su guardadito y ello marcó el inicio de su derrumbe.
En las últimas dos semanas, la salud de don Miguel comenzó a deteriorarse a causa del clima y de las pésimas condiciones en las que vivía. Su rostro perdió color, sus fuerzas se desvanecieron. “Ya no se podía levantar solo”, cuenta doña Angélica, quien en varias ocasiones lo ayudó a caminar para refugiarse bajo la velaria -techo de lona- de la Alameda, donde el frío y la lluvia no golpean tan fuerte en estos días fríos y lluviosos en Toluca.
Don Miguel ya no pudo pelear más y en la madrugada del pasado martes 7 de octubre su cuerpo fue encontrado en una de esas bancas que eran su aposento. Al pie de su banca, La Güera, esperando paciente a que su amigo despertara. Pero Miguel no despertó.
Hoy, la perrita sigue en la Alameda, buscando la figura de su dueño entre las sombras de los árboles y los pasos apresurados de los transeúntes. Echada en la Alameda, espera fiel a alguien que ya no volverá. La autoridad se hizo cargo de ella.
Tras el levantamiento del cuerpo de don Miguel, la banca donde murió aún tenía encima el cartón mojado que servía para atenuar el frío en las interminables noches, sólo que ahora, alguien llevó una veladora de vaso, con la imagen de San Juditas Tadeo, ahí está, encendida la flama bajo la banca y pese al inclemente tiempo. Don Miguel fue una de esas muchas historias de hombres y mujeres que son “invisibles” al paso de la gente y de la vida. Y, como dijo doña Angélica: “En la vida hay más serpientes que escaleras”.